Por Jorge A. Rosas / jorge.rosas.cuenca@gmail.com / Twitter: @Jorge_RosasC
En la antigua Roma, cuando había una reunión y en la puerta de la entrada se colgaba una rosa, los temas tratados eran confidenciales. (sub rosae)
- La tragedia que enluta a un país, pero que nos recuerda los costos de la impunidad.
El pasado viernes por la noche ocurrió una de esas desgracias que tanto estremecen al pueblo de México, y que hasta este día, costaron la vida de 73 personas y un número mayor de heridos que son atendidos en hospitales de Hidalgo, Estado de México y de la Ciudad de México.
Cerca de las cinco de la tarde, las redes sociales daban cuenta ya de una fuga en el ducto de PEMEX que traslada gasolina de la línea Tuxpan – Tula, a la altura del municipio de Tlalhuelilpan.
Miles de mexicanos veíamos con asombro como una fuente de gasolina emanaba de los ductos rotos mientras cientos de vecinos y habitantes de esa zona se acercaban con cubetas tinacos y galones para llevarse el preciado líquido aún con la presencia cercana de policías y miembros del ejército mexicano.
Dos horas después, lo que todo mundo imaginaba, sobrevino la explosión que costó la vida de decenas de personas y dejó heridas a muchas más.
Las imágenes son dantescas, y distan mucho de lo que en realidad era ese escenario de manera cotidiana, un campo de sembradío de los que abundan en esta región campesina, y que en su mayoría siembra alfalfa, y que desde la década de los 70´s, se convirtió en parte del territorio elegido por PEMEX para hacer pasar sus ductos de combustible.
La población de este municipio de Hidalgo, como muchos del país, aprendió a convivir con esos letreros amarillos que todos conocemos y cuya leyenda “peligro, no excavar” es parte del paisaje a veces incluso urbano.
Sin embargo, hace casi una década la pobreza de este municipio, al dedicarse en su mayoría a la agricultura, permitió la llegada de personas que vieron en el robo de hidrocarburos la mejor forma de ganar dinero fácilmente, la pobreza fue el mejor caldo de cultivo y el mejor pretexto para ir gestando la tragedia de la que fuimos testigos este viernes.
Durante años, cientos de pobladores vieron transformar la economía de esta región por el robo de combustible, una actividad que ha crecido al amparo de la impunidad, pero sobre todo de la maldita indiferencia que nace en la sociedad cuando se acostumbra a algo aunque esto vaya en contra de la ley.
No, nadie merecía morir, menos de esa forma, la tragedia que pasó no es parte de un castigo por tratarse de una actividad ilegal, más bien es la consecuencia de esa impunidad que cuesta cada año miles de millones de pesos, pero sobre todo, como el viernes, cobró la vida de padres, hijos, familiares y amigos de alguien.
Más allá de los protocolos de actuación y de la responsabilidad de las autoridades que se encontraban en el lugar desde que inició la fuga, es preguntarnos porqué en un municipio de más de 10 mil habitantes, unos cuantos cientos son capaces de romper el estado de derecho y pasar por encima de la Ley.
La gente aún con la presencia del ejército siguió su imprudente maniobra, por una simple razón: esa sensación de impunidad que hemos fomentado en las últimas décadas con el pretexto de la falta de una autoridad, esa impunidad que nace desde no respetar una simple norma de tránsito, y que crece con cada película o producto pirata que compramos, que se alimenta con cada litro de gasolina o celular que pagamos pensando que por salirnos más barato que en un comercio nos ha permitido burlar a un sistema que nos parece “corrupto”.
La tragedia de Tlalhuelilpan no puede combatirse con llamados al pueblo bueno, pero sí con el castigo necesario para convertirlo en una acción persuasiva, que abarque desde aquél que por curiosidad o necesidad se acerca a un ducto para extraer gasolina, como a aquellas autoridades de los tres órdenes de gobierno que lo permitan o toleren, que sea capaz de perseguir y rastrear a las empresas o personas que intenten hacer negocio y que nos permitan que quienes formamos parte de este México sepamos que esa cultura de impunidad es cada vez más débil.
La tragedia en Hidalgo nos recuerda la crudeza de un delito y sus posibles consecuencias, pero sobre todo la importancia de instituciones fuertes que den certeza al peso de un país por encima del interés de unos pocos.
Hoy más que nunca México requiere de una Constitución hecha pensando en darnos poder y obligaciones a todos, y no sólo para darle herramientas a uno o unos cuantos personajes.
Una constitución que sea más que un proyecto de dictamen que por un lado propone el robo de combustible como delito grave, pero que permite que la autoridad siga tolerando, como el viernes, este delito.
Tlahuelilpan nos desnudó como nación, a aquellos que vemos en los delitos un agravio, pero no denunciamos ni combatimos por no creer en un sistema; a quienes ven en la pobreza y la falta de oportunidades un “pretexto” para caer en actividades ilícitas, pero también a gobiernos y políticos que han sido y siguen siendo omisos o culpables.