Por Jorge A. Rosas.
En la antigua Roma, cuando había una reunión y en la puerta de la entrada se colgaba una rosa, los temas tratados eran confidenciales. (sub rosae)
- La polarización, la mejor forma de ganar adeptos a una causa, pero no de enriquecer a la democracia.
Somos una sociedad que se ha ido forjado desde hace muchas generaciones con una cultura aspiracional y del fracaso.
La gran mayoría de nosotros crecimos en familias de clase media o baja, en donde el trabajo o la educación, por mucho sacrificio que pueda implicar, no siempre nos permite avanzar en nuestro nivel o calidad de vida.
Crecemos escuchando o viendo a nuestros padres trabajando de sol a sol, para darnos lo que ellos consideran mejores oportunidades, y en donde por diversas circunstancias son pocos los que logran la oportunidad o tienen la capacidad de mejorarlas.
Crecimos romantizando a la pobreza, y aplaudiendo a quienes salen de ella, pero generando resentimiento a quienes por suerte han tenido las condiciones a su favor desde su nacimiento.
Criticamos apellidos y abolengo sin conocer sus historias, pero satanizando por ser parte de tal o cual familia, creemos que servicio público es igual a tráfico de influencias o a enriquecimiento ilegal.
Crecimos viendo y entiendo la “suerte” como casi la única posibilidad de mejorar nuestra situación económica en el corto plazo, y muchos de nosotros, ejemplificamos nuestro hartazgo a la costumbre en la esperanza de ganarnos la lotería o que un amigo o conocido nuestro entre a un puesto de poder para entonces pedir “el favor” y acceder a las condiciones necesarias para crecer.
Somos muchos los que criticamos a quien sube, a quien gana más que nosotros, y pensamos que el que más tiene, tiene la obligación de darnos más de lo que tenemos. Consolidamos la idea de que el éxito del otro debe ser también parte del nuestro y buscamos estar cerca de quien detenta el poder para que pueda compartirnos algo, en vez de construir el propio.
Esta ideología, que puede no gustarnos o no ser parte del total de mexicanos, si lo es del gran grueso de la población, de aquellos que han crecido en la pobreza y no han tenido la oportunidad (incluidas las que los gobiernos están obligados a darnos) para salir adelante.
Exigimos del gobierno mucho de lo que nosotros no podemos construir, nos hemos acostumbrado a las prácticas paternalistas más que a las políticas de prevención o de impulso, porque esas no son inmediatas ni benefician al grueso del pueblo mexicano.
Preferimos que entreguen una beca mensual a mil jóvenes a que nos construyan 100 escuelas e inviertan en mejores vialidades que atraigan mejores fuentes de trabajo, porque eso, puede tardar más tiempo y en nuestra inmediatez y urgencia queremos mejor mil pesos en la bolsa, que decenas de millones invertidos en infraestructura.
Somos más los que, por ello, votamos con el corazón y no con el cerebro.
Y es muy entendible, donde ha existido la pobreza o la falta de oportunidades por generaciones no puede existir la racionalidad o la paciencia, pero si el mejor caldo de cultivo para la polarización.
Es ahí donde nace la lucha de pobres contra ricos, la de derecha, centro o izquierda más como una forma de entregar prebendas desde el gobierno, que en una verdadera ideología en la forma de dirigir un municipio, un estado o una nación.
Es ahí donde el discurso fácil, el de las promesas, el de la esperanza tiene su mayor impacto, en el voto masivo que durante décadas fue orientado por el PRI y hoy capitalizado por el hartazgo en su contra.
Por eso cuando alguien dice que el presidente Andrés Manuel es el culpable de la polarización que vive hoy nuestro país no lo comparto, los culpables somos todos en mayor o menor medida, muchos por omisión, pero también por la acción a lo largo de muchos años.
Hoy somos opinólogos de todo y analistas de poco, criticamos desde las redes y polarizamos el discurso público sin mayor fundamento que nuestra realidad inmediata.
Los pobres criticamos a los ricos por tener de más, los ricos a los pobres por tener de menos, los de derecha a los de izquierda, los ganadores a los vencidos, los que están a favor del gobierno a los que no simpatizan o votaron por quienes hoy tienen los cargos públicos.
El discurso y la opinión pública la construimos más en la polarización de temas que en el debate matizado por muchas voces.
Pero es justo hoy, en medio de esa escala de grises cuando la pluralidad de voces debe dar mayor color al panorama político y al enriquecimiento de ideas, hoy México decidió dar un giro a través del voto de una mayoría de la sociedad, y nos guste o no, nos abre nuevas posibilidades en nuestras decisiones a futuro.
Hoy podemos poner por fin en una balanza las diferentes formas de ideología política en el poder, y entender que la mejor forma de ganar adeptos a una causa es la polarización de la misma, pero nunca será lo mejor para enriquecer una verdadera democracia.
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