Por Jorge A. Rosas.
En la antigua Roma, cuando había una reunión y en la puerta de la entrada se colgaba una rosa, los temas tratados eran confidenciales. (sub rosae)
- El discurso del Odio, el peor aliciente social.
Pareciera inverosímil que a estas alturas de una sociedad moderna, alguien pueda construir a partir del odio, mover a masas o grupos a través de la simpleza de la intolerancia hacia un objetivo en común.
Sí, es casi imposible de creer, pero a veces y sin darnos cuenta lo escuchamos y lo replicamos todos los días.
Pareciera un juego, un simple comentario o la aprobación de una publicación, pero no, es algo tangible, real, que está presente en todo momento aun cuando ya se haya hecho tan normal para nosotros que preferimos olvidarlo, ignorarlo o incluso lo celebramos.
Pequeñas ideas convertidas en frases, que se repiten una y otra vez, y que van, desde publicaciones falsas para dañar la imagen de alguien, para generar ruido o direccionar el linchamiento social hacia a un individuo o un grupo de personas, hasta discursos aplaudidos en las plazas aún y cuando llamen abiertamente a la intolerancia, y por ende a la violencia.
Amparado en la libertad de expresión, en la libertad de ideas y en la pluralidad, el discurso de odio se instala poco a poco en el colectivo, disfrazado de opinión porque pocas veces, amparado en nuestras leyes, encuentra algún castigo legal.
Somos la sociedad de los grupos y la polarización, que ha encontrado en las redes sociales la mejor caja de resonancia para hacer públicas nuestras fobias y filias, para alinearnos a aquellos grupos que a través de likes y retuits piensan como nosotros, festejamos seguidores y viralización de contenidos aún, cuando estos estén llenos de ese tipo de discursos.
Las redes sociales nos permiten alinearnos a esos grupos que piensan como nosotros, a tener grupos para temas específicos, si somos veganos, nos unimos al chat de ellos, si somos homofóbicos procuramos seguir a aquellos que comentan o viralizan contenido sobre ello.
Bloqueamos sin cesar con quienes no comulgamos en ideas y hemos permitido que un político gane elecciones, aún, cuando su discurso esté plagado de llamados a la división.
Sí, hemos aprendido a lidiar con ese discurso que tanto decimos condenar, el que llama a la violencia, a la intolerancia, a la segmentación que muchas veces nos parece imperceptible.
Y ese discurso, nos guste o no siempre, siempre tiene resultado que termina en tragedia.
La polarización del discurso que todos los días vemos impulsada desde la presidencia de un país pareciera normal, pero no lo es, sin embargo ha cumplido muy bien su función, ese breve atisbo que nos permitió ver a quien hoy tiene el poder presidencial en su campaña debiera bastar para que los electores decidieran lo que vendría una vez que le dieran el poder, pero no fue así.
Su línea discursiva fue clara, sin duda, basó su capital político en incendiar a un grupo nacionalista que direccionó su enojo a las urnas, para castigar al gobierno en turno, sin importar que también estuviera castigando su futuro.
No bastaron los análisis que clamaban a los cuatro vientos por un discurso más mesurado, menos directo y con menos líneas de discriminación, de atacar a sus adversarios, de exacerbar a sus seguidores en contra de los opositores, aprendió que al dividir a la sociedad en dos simples grupos, podría controlar mejor a quienes simpatizaban con sus ideas y así ganó una elección.
Basó su campaña en estereotipos y prejuicios de un grupo contra otro, que por su simplicidad, calaron hondo en los electores con gran facilidad, ahí, a través de las redes se hizo eco, y aprovechó la coyuntura social y económica del país para hacerle llegar a la presidencia, desde, donde todavía, sigue con esa línea ya casi, normalizada por todos.
Pero se nos olvida, que tarde o temprano, ese discurso de odio termina pasando facturas, y así pasó este fin de semana.
Hoy Donald Trump es presidente, y su discurso ha hecho eco en muchos de sus seguidores, de por sí, adoctrinados desde siempre, y no ha hecho otra cosa que potencializar odios que terminan trágicamente como el de este fin de semana en el Paso, Texas.
Por ello, es importante no hacer eco ni normalizar su uso, menos viniendo desde el estrado de un gobierno, ¿la historia le suena familiar?
twitter: @Jorge_RosasC