Por Jorge A. Rosas.
En la antigua Roma, cuando había una reunión y en la puerta de la entrada se colgaba una rosa, los temas tratados eran confidenciales. (sub rosae)
- Culiacán y el Estado de rodillas…
El pasado jueves por la tarde, miles de mexicanos seguíamos incrédulos y expectantes las noticias y consumíamos a pasos voraces toda la información (cierta y falsa) que llegaba a nuestros móviles, radios y redes sociales sobre lo que ocurría en el municipio de Culiacán, Sinaloa.
De acuerdo a reportes oficiales, ese jueves, a las 14:45 horas, un grupo cercano a los 35 elementos de la policía Ministerial y de la Guardia Nacional arriba a una casa en el Desarrollo Urbano Tres Ríos de aquella ciudad para capturar a Ovidio Guzmán López, operación que fue ocultada al propio gobernador y por ende a las fuerzas policiales locales.
Es decir, ese grupo llegó solo, porque así fue planeado, lo que permitió que sólo 15 minutos más tarde de llegar a dicho domicilio y asegurar al hijo de Joaquín Guzmán, un grupo de hombres armados buscará rescatar a Ovidio y superara en número y capacidad de fuego a los policías.
Pero no sólo eso, hombres armados, del Cartel de Sinaloa, operaron tácticamente alrededor de donde se llevaba a cabo la primera balacera. Hicieron justo lo que todo comando que ha tenido un mínimo de experiencia en combate de este tipo (al menos logística), primero montaron varios círculos de seguridad alrededor de la casa, y prendieron fuego a varios vehículos para dificultar el auxilio al primer grupo de policías que ya se encontraba rodeado, y después, provocaron varios focos de atención para dispersar el centro de ataque y llegada de grupos de soldados a un solo punto.
Es decir, no solo mostraron el poder de armamento y número que todos saben que tiene este cartel en aquella ciudad, sino que además, mostraron la organización y planeación de la que en esta ocasión carecieron las fuerzas de seguridad.
Y no, no es un asunto nuevo, este tipo de acciones ya han ocurrido en varios ocasiones en muchos municipios, basta recordar la batalla por Apatzinan en la época de Calderón, cuando la policía federal, luego de varios días de tiroteos, anunció (por cierto, erróneamente) la muerte de José Nazario “El Chayo”, o de aquél encuentro en pleno centro de Matamoros, Tamaulipas, cuando cerca de 600 miembros del ejército abatieron a Ezequiel Cárdenas Guillén y un grupo de gatilleros.
En aquella ocasión, también grupos armados en varias camionetas intentaron rescatar a su líder, pero en esa ocasión se encontraron con varios círculos de protección desplegados por el ejército, que no sólo impidieron el rescate de su líder, sino que además, mostró la capacidad táctica de las fuerzas armadas.
Antes de la captura del Chapo, en Los Mochis, también en Sinaloa, un grupo de élite irrumpió en una casa de seguridad del narcotraficante y acreditó una operación quirúrgica, que provocó la caída de Joaquín Guzmán.
No olvido tampoco la balacera donde un grupo élite de la Marina abatió a Arturo Beltrán Leyva, en Cuernavaca, en medio de un enfrentamiento en un complejo residencial lleno de cientos de residentes y vecinos.
La diferencia entre esos casos y el del jueves fue que aquí no hubo ni siquiera (así lo dicen los hechos) de una poca (o de una correcta) planeación, pero lo más lamentable y triste, es que tampoco hubo una respuesta eficaz, ni capacidad de reacción.
Hoy la prensa internacional, esa a la que no le interesa los índices de popularidad de nuestro presidente, o si hay una Cuarta Transformación en México, pero sí, la lucha contra el narcotráfico, dedicó decenas de líneas para cuestionar la decisión presidencial de dejar un Estado debilitado a “cambio de cientos de vidas” de inocentes.
Culiacán, sí, es el reflejo de una cultura y de un país que ha normalizado a las drogas, y a quienes se dedican a ellas como su negocio, no es raro escuchar corridos de decenas de integrantes del crimen organizado, ni es raro ver camionetas con gente “empecherada” paseando por su calles.
No, para nadie en México, sería una sorpresa que si un grupo de policías o integrantes del ejército deciden ir por un cabecilla de una banda que tiene su mayor poder en esa ciudad, los recibieran con aplausos.
Yo no culpo al presidente de la planeación, porque esa no le toca a él, para eso existen grupos de inteligencia y un gabinete de seguridad, que hoy, desnudó su incompetencia y que quiere lavar su error escudándose en evitar una masacre. Masacres como las que se han vivido en varios municipios de México desde hace varios años y que en días pasados costó la vida de 14 policías que fueron atacados por el Cartel Jalisco Nueva Generación.
Efectivamente, el México bronco, el sangriento, el irreal, es una herencia de sexenios y de décadas de impunidad, pero las batallas que hoy se libran, se decidan o no, no puede librarlas un general que ya no está al frente del ejército.
Hoy la seguridad es cuestión del Estado, se llame como se llame el presidente o el gobernador en turno, así que no, Culiacán no es un ataque a la figura presidencial, a la popularidad o al nombre de Andrés Manuel López Obrador, Culiacán fue el día que el “Estado” decidió ponerse de rodillas por la decisión de quien hoy lo encabeza.
Culiacán no puede entenderse como una acción aislada, porque es el producto de décadas de descomposición social y gubernamental, que hoy arrojan saldos negros para los mexicanos, más allá de colores partidistas o de ideologías encontradas.
Nadie debiera aplaudir cuando una fuerza entrenada y dedicada a la seguridad de todos es rebasada por un grupo armado fuera de la ley, no podemos tampoco ser ajenos a las tragedias y al terror de cientos de mexicanos que vivieron en carne propia horas de terror e incertidumbre.
No Culiacán no es un ataque a usted ni a su popularidad presidente, menos aún a su proyecto de nación o a su partido, es más bien una llamada de atención urgente para recordarle que el gobernar no se legitima en las plazas públicas en medio de aplausos cuando se entregan apoyos o carreteras, gobernar, es hacer que le Ley se cumpla aunque eso no le gane adeptos.
Hoy más que nunca, ante esta terrible realidad que supera los discursos, los mexicanos si requerimos de esperanza, de un mensaje de unidad.
Culiacán seguirá siendo del narco, de los corridos, de la exaltación de la violencia y de grupos armados, de la cultura de los “cholos” y gatilleros, del “buchón” y de la guerra.
Porque algo queda claro, Ovidio Guzmán se fue libre, y con él, decenas de gatilleros que hoy celebran con las mismas armas con las que han mantenido su poder y su impunidad y que pusieron, lo maticemos o no, al Estado de rodillas.
twitter: @Jorge_RosasC