Carlos Ugalde Sixtos
Dirigente antorchista en el Estado de México
Es por muchos sabido que entre algunos de los gobernantes de diferentes épocas y pueblos se da un fenómeno psicológico muy peculiar: el poder los obnubila y los hace llegar a pensar que lo que ellos hagan y digan es ley, es verdad y no merece objeción. En la literatura vemos ejemplos de este fenómeno: ya García Márquez, en “El Otoño del Patriarca”, nos narra de una manera magistral las peripecias de un gobernante que ha caído en la completa subjetividad por culpa del poder dictatorial.
Pues bien, para desgracia de todos los mexicanos, con el gobierno de la Cuarta Transformación nos estamos enfrentando a esa misma situación. Resulta que en apenas seis meses de administración, el señor AMLO ha corregido a científicos de diferentes áreas: economistas, historiadores, antropólogos, etc., etc.
Hace algunos meses “corrigió” “al maestro” Marx, diciendo, ni más ni menos, que su teoría de la plusvalía no aplicaba para México. Sostuvo, en aquella ocasión y sin mayores argumentos, que el enriquecimiento en México no se lograba con base en el proceso de explotación de la fuerza de trabajo de los obreros del campo y la ciudad, sino que en nuestro país algunos de los ricos más ricos se habían enriquecido gracias la corrupción. Así, sin más ni más, deshechó de un plumazo una teoría científica que le costó décadas de investigación a un gran pensador y luchador social como lo fue Carlos Marx. Lo que nadie había podido hacer, ni sus más inteligentes opositores (algunos de ellos geniales), ni siquiera algún premio nobel de Economía, AMLO lo hizo con una simple y llana declaración.
Por lo que se ve, a nuestro presidente no le queda claro que hacer ciencia y hacer demagogia son dos cosas totalmente diferentes, del mismo modo que ser luchador social está a cien años luz del revolucionario de café que sólo habla y no siempre con argumentos sólidos y congruentes.
Pero no conforme con descalificar olímpicamente a un pensador genial como lo fue Marx, recientemente afirmó, de manera contundente (y de nueva cuenta, sin prueba alguna) que “México se fundó hace más de 10 mil años” (¡sic!) y para rematar dijo que “ya había universidades y había imprentas” (¡sic!). Realmente resulta sorprendente que un presidente haga tan erróneas afirmaciones, cuando cualquier niño de primaria sabe perfectamente que México, como nación independiente, existe desde 1821 (hace 197 años); que la imprenta llegó a México en 1539 (hace 480 años) y que la Universidad que hoy conocemos como la UNAM se fundó en 1551 (hace 468 años). Ante las peregrinas afirmaciones del Presidente de México, surgen varias preguntas. ¿Por qué se le revuelven tanto las ideas al Presidente? ¿Qué es lo que en realidad quería decir? ¿Por qué ese protagonismo mal fundamentado?
Todo esto, aunado a su ya célebre frase “yo tengo otros datos” y a que lo que dice hoy, mañana lo niega o refuta, etc. configura todo un cuadro perfecto para otra novela psicológica de García Márquez o de cualquier otro buen escritor.
Pero el pueblo de México no está ya para esas afirmaciones carentes de cientificidad, de objetividad y, sobre todo, de veracidad. No queremos a neófitos en el Gobierno que embelesados por el poder han llegado a pensar que, son tan sabios que pueden cambiar la historia y refutar la Ciencia basados sólo en su capricho y antojo.