Por Julio Requena
Cuando eran candidatos, los alcaldes del norte del Estado de México se desvivían prometiendo seguridad. “Ni un asalto más”, “vamos a recuperar la paz”, “seremos un gobierno valiente”, decían, rodeados de policías recién uniformados, en campañas que parecían más pasarelas que compromisos serios. Hoy, meses después de asumir el cargo, los vemos acorralados, mudos y, lo más preocupante: sin plan.
Esta semana, los municipios de Atlacomulco, San Felipe del Progreso, Ixtlahuaca y San José del Rincón vivieron una noche de caos, con bloqueos de transportistas que exigen lo básico: poder trabajar sin ser extorsionados, sin miedo a ser levantados, sin pagarle “cuota” al crimen. ¿Y dónde estaban los gobiernos municipales? ¿Coordinando acciones? ¿En contacto con los ciudadanos? ¿Convocando mesas de diálogo? No. Esperaban —como ya es costumbre— que los “salvara” el Ejército, la Guardia Nacional o la mismísima gobernadora.
Porque parece que aquí la estrategia es clara: prometer en campaña, fingir en el cargo y, cuando la cosa se pone seria, esconderse detrás del gobierno estatal o federal. Y claro, publicar algún comunicado tibio en Facebook con una selfie frente al Palacio Municipal. ¡Faltaba más!
La verdad es que los ayuntamientos están completamente rebasados, no sólo por los grupos delictivos, sino por su propia falta de carácter, de visión y de mínima capacidad para diseñar políticas públicas locales de seguridad. Hablan de “prevención” pero no saben ni a qué se refiere el término; prometen “cercanía” pero no se paran ni por error en las colonias conflictivas.
Algunos presumieron con bombo y platillo la adquisición —o más bien la renta— de patrullas nuevas, último modelo, blindadas según ellos. Las fotografiaron, las adornaron con calcomanías brillantes y hasta hicieron “desfiles de seguridad” para que el pueblo creyera que algo cambiaba. Pero hoy esas mismas patrullas están estacionadas, llenándose de polvo… porque ni siquiera quieren pagar la gasolina. Increíble, pero cierto: quieren presumir seguridad sin invertirle un litro.
¿Dónde están los famosos directores de seguridad pública que “iban a poner orden”? ¿Dónde están los comités ciudadanos de vigilancia, las cámaras de videovigilancia que tanto presumieron? ¿Dónde están esos alcaldes que juraron devolverle la tranquilidad a sus municipios? ¿O qué, ya se les olvidó?
Hoy los ciudadanos no sólo están inseguros, sino abandonados. Porque no hay nada más indignante que ver a las autoridades cruzadas de brazos mientras el crimen decide a qué hora se bloquea una carretera o se cobra derecho de piso. La omisión también es complicidad.
Ya no es momento de promesas, es momento de actuar. Pero si los presidentes municipales no pueden —o no quieren— asumir la responsabilidad, lo más honesto sería que lo reconozcan. Porque seguir administrando el miedo con comunicados vacíos no va a resolver nada.
Los ciudadanos necesitan gobiernos que gobiernen, no figuras decorativas esperando milagros federales. Ya basta de escudarse en la narrativa de “nos dejaron un tiradero” o “no hay presupuesto”. Gobernar implica asumir la crisis, no huir de ella.
Los ciudadanos no piden milagros. Piden gobiernos que gobiernen. Que se ensucien los zapatos, que salgan a dar la cara, que trabajen en serio. Porque la seguridad no se soluciona con camionetas nuevas sin gasolina, sino que exige un plan de acción profunda y verdadera.
Y si no pueden, que se hagan a un lado. Pero que no se atrevan a decir que “no sabían en lo que se metían”.