
El proceso para elegir a la próxima rectora de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx) ha dejado en evidencia las tensiones y maniobras que suelen marcar la política universitaria. Sin embargo, en esta ocasión, los hechos han cobrado un tono más áspero, sobre todo por la manera en que ciertos actores han intentado deslegitimar el ejercicio democrático que, por primera vez en la historia de la institución, se desarrolla con la participación exclusiva de mujeres.
Uno de los episodios más desafortunados ha sido el intento de movilizar a jóvenes estudiantes como “carne de cañón” en una protesta promovida por Laura Benhumea, exdirectora de la Facultad de Ciencias Políticas.
Su inconformidad por no haber sido registrada como candidata a la Rectoría ha derivado en una estrategia cuestionable: orquestar una manifestación utilizando los lazos que dejó en la facultad antes de su renuncia. Su argumento de “exclusión” resulta endeble, pues ella misma conocía y avaló las reglas del proceso como integrante del Consejo Universitario. Ahora, al no verse beneficiada, intenta desacreditar la contienda.
Más allá de este episodio, es evidente la falta de operación política del secretario de Rectoría, Marco Aurelio Cienfuegos, quien también dirigió la Facultad de Ciencias Políticas y podría haber pactado su continuidad en el encargo. Su ausencia en este momento clave refuerza la impresión de que hay sectores dentro de la universidad más preocupados por sus intereses personales que por garantizar la estabilidad institucional.
El vacío dejado por Benhumea dentro del bloque opositor ha generado un reacomodo en la contienda. Entre las aspirantes que han logrado capitalizar mejor su ausencia destacan Patricia Zarza, quien ha tomado impulso como candidata opositora, y María José Bernaldez, un poco menos pero también se ha llevado seguidores de la aspirante ausente. Este reacomodo demuestra que el proceso sigue su curso y que la elección no se ha detenido por la controversia.
Más allá de los juegos de poder, la UAEMéx debe ser reconocida por impulsar un proceso inédito en el que mujeres altamente calificadas compiten por el máximo cargo institucional. Esto representa un avance significativo en términos de equidad y liderazgo femenino en la educación superior.
Finalmente, la politización excesiva y las estrategias de presión no contribuyen a la democracia universitaria, sino que evidencian el tipo de liderazgos que solo buscan el poder a toda costa, aun si eso implica incendiar la institución, porque solo han hablado del cargo, pero no se ha hablado del proyecto universitario que se quiere impulsar.