Por Aquiles Córdova Morán
Los antorchistas estamos de acuerdo en que las cosas en el país van de mal en peor; que problemas torales como la actividad económica, la seguridad pública y todos los factores que determinan o coadyuvan al bienestar material y espiritual de la gente, lejos de resolverse o aminorarse, se agigantan y se vuelven cada vez más peligrosos para la estabilidad social.
Sin embargo, echar a andar con paso seguro y firme por este camino, presupone que todos los inconformes nos hemos puesto ya de acuerdo en dos puntos esenciales: a) en el proyecto que sacará al país de la crisis actual, y b) en que la mejor vía para alcanzar el poder es el frente único, es decir, la lucha democrática prevista y tutelada por nuestras leyes, que pasa necesariamente por la conquista del voto popular, del voto libremente emitido en las urnas, que es la forma universal en que los pueblos delegan su soberanía en quienes eligen como sus mandatarios y servidores. Por tanto, nos asegura que, en caso de triunfo, trabajaremos con menos obstáculos, con menos objeciones y opositores radicales que los que nos saldrían al paso en otras condiciones.
La historia demuestra que cualquier vía distinta a la democrática acaba siempre echando mano de la violencia, ya sea como recurso para alcanzar el poder mismo, ya sea después de conquistado el poder, desde el gobierno, para imponer un proyecto que no fue conocido, entendido y apoyado previamente por las mayorías. Es claro que también la democracia puede verse obligada a echar mano de la violencia para defenderse de sus enemigos; pero en tal caso se tratará de una violencia legítima, será la lucha de la mayoría en contra de las minorías que buscan conservar sus privilegios.
Los argumentos en contra son de variada índole; pero el problema de fondo, el más difícil de combatir y que casi nunca se confiesa, es que los grupos de altos ingresos le tienen pavor, verdadera fobia a la participación directa y abierta de las masas en la vida política nacional. En último extremo, aceptan mejor someterse a una dictadura sanguinaria, como la de Hitler, en Alemania, o la de Pinochet, en Chile, antes que arriesgarse a liberar de sus cadenas a la fiera que amenaza con devorarlos.
Hay en esto una gran dosis de prejuicio ideológico, alimentada por siglos en el alma de los privilegiados y muy difícil de erradicar, por tanto. Y más aún: que es capaz de generar, y genera siempre a sus representantes legítimos, en los que confía y con los que es posible establecer acuerdos firmes y sólidos que el pueblo respetará con más lealtad y rectitud que los grupos dominantes que pactan entre sí el reparto de un país o el mundo entero.
Hay una “tercera vía” que tampoco quiero dejar de señalar y de descartar expresamente: la de que todos los elementos conscientes nos quedemos paralizados, como simples espectadores pasivos de los sucesos, esperando que las cosas lleguen a su límite y provoquen un estallido violento, irracional y destructivo de la irritación popular. Pero lo cierto es que todo estallido social incontrolado desemboca siempre en un salto atrás, en un retroceso de décadas que los ciudadanos responsables debemos impedir con toda energía y honestidad. Hay que saber que el bien propio solo puede florecer y perdurar en medio del bien de todos; que aislado se muere irremediablemente.
Los antorchistas somos pueblo organizado, y en esa calidad planteamos una sola demanda al futuro frente único: un reparto más equitativo y equilibrado de la renta nacional. Para ello, proponemos cuatro ejes centrales, cuyo desglose resulta imposible e innecesario detallar aquí.
Sabemos bien que todos los grupos ya formados y con un cierto capital político, no están dispuestos a tratar de tú a tú con nuestro movimiento. Quien haga suyas las canalladas, vertidas, pero jamás probadas, en nuestra contra, y nos rechace como aliados dignos y responsables, le estará diciendo al pueblo que sus intereses no figuran realmente en sus planes; quien se abra franca y noblemente hacia la fuerza popular que representamos, le estará enviando el mensaje de que puede confiar en él, en su grupo, como aliados seguros y leales en la lucha por un México equitativo y justo para todos.