Por Julio Requena
En tiempos donde se conmemora la labor del periodismo mexiquense y latinoamericano, vale más que nunca levantar la voz, pero también mirarnos al espejo. Porque no todo lo que está mal viene de fuera, ni todo lo que hacemos está bien por el simple hecho de informar. Es tiempo de ejercer una autocrítica seria, responsable y, sobre todo, útil para corregir el rumbo.
Durante décadas, los periodistas de la prensa regional fuimos el canal más directo entre la ciudadanía y el poder. Éramos voz, eco y conciencia crítica de nuestras comunidades. Sin embargo, en los últimos años los gobiernos —especialmente los locales— han ido dejando de lado ese trato cercano y constante con la prensa de casa, esa que tiene arraigo, que conoce los problemas, los actores, los rincones, las historias reales.
Hoy las vallas, los filtros y los espacios cerrados para reporteros se han vuelto algo común en los eventos oficiales. Una especie de frontera que, más allá de limitar el trabajo, manda un mensaje: “ustedes ya no son parte del círculo cercano del poder”. ¿Y por qué pasó eso? ¿Qué cambió?
Cambió todo. La comunicación política se modernizó, se digitalizó. Las redes sociales, los influencers, las transmisiones oficiales y los boletines institucionales han tomado la delantera. Los gobiernos no dejaron de comunicar: cambiaron sus canales. Pero también hay que decirlo con claridad: los periodistas no todos supimos evolucionar al mismo ritmo.
Hoy, el reto no es solo informar, sino hacerlo con inteligencia, con preparación, con profesionalismo y, sobre todo, con un claro olfato para encontrar esquemas de ganar-ganar. Porque si bien el periodista no está para ser vocero ni cómplice de nadie, tampoco puede seguir actuando desde la trinchera de la queja estéril o la exigencia sin propuesta.
La prensa tiene que reconstruir su legitimidad desde lo que hace, no desde lo que reclama. Y para eso se requiere más capacitación, más colmillo, más olfato periodístico, y también más visión estratégica. Porque así como el gobierno tiene proyectos donde los medios pueden ser aliados clave, también nosotros tenemos proyectos donde el gobierno es pieza fundamental.
La relación debe ser digna, pero también útil. Y eso implica hablar de frente: las barreras puestas a la prensa no ayudan, pero tampoco ayudan los vicios internos del gremio, como el desdén por la actualización, la improvisación, o la práctica de “pedir, sin dar”.
Hay que volver al trato digno. No como concesión, sino como principio elemental de convivencia. Porque antes que comunicadores, somos personas. Y del otro lado, también. Se trata de reconstruir puentes, no trincheras.
No se trata de volver al pasado, sino de encontrar nuestro lugar en el presente. Un lugar que no se nos dará por nostalgia, sino que tenemos que conquistar con profesionalismo, inteligencia y dignidad.
Porque el periodismo no puede seguir siendo una causa perdida. Tiene que volver a ser una causa necesaria.