
En el Estado de México el transporte público es una especie de ruleta rusa sobre ruedas: nunca sabes si llegarás a tu destino, a un hospital o, con un poco de mala suerte, a la nota roja. Y aun así, el poderoso pulpo camionero insiste en subir el pasaje. Porque, claro, ¿quién no querría pagar más por viajar en unidades que parecen reliquias de un deshuesadero, conducidas por adolescentes con licencia de videojuego y con la permanente emoción de que en cualquier esquina suba un asaltante a “hacer su agosto”?
En las últimas semanas, los accidentes graves han sido la constante. Choferes que se creen pilotos de Fórmula 1 o de la Carrera de la Muerte con camiones que apenas se sostienen, frenos que chillan como almas en pena y llantas que piden jubilación anticipada. Los dueños —esos personajes intocables que operan en bloque como si fueran un sindicato de la Edad Media— prefieren contratar jóvenes sin experiencia para pagarles menos y exprimirles más. El resultado: un servicio que es todo menos seguro.
A pesar de este panorama, los transportistas presionan y presionan para que el gobierno autorice un aumento en el costo del pasaje. ¿Su argumento? “Los costos de operación”. Como si la palabra “mantenimiento” fuera un lujo y no una obligación. Algunos dicen que ya doblaron al gobierno antes y lo volverán a hacer; otros, que el acuerdo ya está firmado en lo oscurito con el secretario de Movilidad, Daniel Sibaja. Y, si nos vamos a la calle, seguramente un sondeo daría un resultado abrumador: al menos 85% de la gente está en contra. Y con razón.
La lógica es simple: cuando un servicio mejora, puede discutirse un aumento. Pero aquí, el servicio no mejora ni por error. Es más, cada año empeora. Las unidades huelen a abandono, la inseguridad es crónica y los horarios son un misterio. Y aun así, el pulpo camionero no solo quiere cobrar más, sino que lo exige como si nos hicieran un favor llevándonos.
Quizá lo que el gobierno y los transportistas no entienden —o no quieren entender— es que la paciencia de los usuarios ya está más desgastada que las llantas de sus unidades. Porque, al final, la pregunta que todos nos hacemos es: ¿cuánto tiempo más vamos a pagar caro por viajar mal?
Mientras tanto, el pulpo camionero sigue ahí, con sus tentáculos bien aferrados al bolsillo de los mexiquenses. Y como buen depredador, no suelta la presa… al menos, no hasta que se le ponga un alto de verdad.