La academia, la ciencia y los avances tecnológicos deben coordinarse con el conocimiento campesino, en beneficio de los productores, pero sobre todo, de la seguridad alimentaria de cada país, en especial de México, coincidieron los investigadores, campesinos y representantes sociales que participaron en la Mesa de Debate “La semilla engendra vida, el grano dependencia y ¿el maíz nativo en aprietos biotecnológicos?”, que se llevó a cabo en el marco del inicio de los trabajos del Décimo Congreso de la Asociación Mexicana de Estudios Rurales (AMER).
En el marco de este ejercicio académico, organizado por el Instituto de Ciencias Agropecuarias y Rurales (ICAR) y que tiene como sede la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma del Estado de México, la directora de Recursos Fitogenéticos del Servicio Nacional de Inspección y Certificación de Semillas (SNICS), Rosalinda González Santos; el presidente del Consejo Poblano de Agricultura de Conservación, Pedro Maldonado; la secretaria de Asuntos Indígenas y Campesinos del Movimiento de Regeneración Nacional, Ana Lilia Rivera Rivera, y el experto del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, Antonio Turrent Fernández, discutieron sobre la viabilidad del uso de las semillas transgénicas.
Expusieron sus puntos de vista sobre si la biotecnología aplicada al campo permitirá el desarrollo del mismo o si bien, puede generar problemas más graves, como la contaminación de los suelos y la pérdida de maíces nativos y criollos, que son considerados patrimonio de México y el mundo.
En esta mesa de debate, coordinada por la profesora e investigadora del ICAR de la UAEM, Ivonne Vizcarra Bordi, y la presidenta de la Asociación Mexicana de Estudios Rurales, Yolanda Castañeda Zavala, los expertos opinaron que la Biotecnología debe enfocarse en el crecimiento del campo y en mejorar los maíces nativos de México, aunque también se expuso que debe exponer las ventajas y desventajas del uso de los maíces nativos, por lo cual se propuso el uso del mejoramiento participativo.
Es decir, que productores, academia, científicos e industria compartan sus conocimientos para mejorar las condiciones de las semillas mexicanas, pensando en la seguridad alimentaria del país. También se expuso la necesidad de conjugar esfuerzos y trabajos, además de generar investigación aplicada que permita el desarrollo de políticas públicas adecuadas.